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Sueños multicolores

  • por Corina A.
  • 14 mar 2015
  • 3 Min. de lectura

Pasaje Caminito

El cielo grisáceo de las tardes otoñales contrasta con las fachadas multicolores de los conventillos. Este aspecto se debe a que los inmigrantes -mayormente italianos- que llegaban a La Boca traían en los viajes latas de pintura de todos los colores y así pintaban sus casas. Aunque no sólo los colores nos legaron, ya que la inmigración se convirtió en un hito que a través de sueños, música, idiomas, comidas y costumbres ha influído para modificar definitivamente la cultura argentina. Si tendríamos que destacar algunos de los atractivos del lugar, uno de los vestigios de otros tiempos es el Puente Transbordador Nicolás Avellaneda, de 1914, que transportaba mercaderías, personas y animales desde La Boca hacia Avellaneda. Es el punto que divide Capital de Provincia. La calle más conocida del barrio es el pasaje Caminito que, sin numeración, es un museo a cielo abierto. Posee esculturas, ateliers y locales para la venta de artesanías. Allí también pueden disfrutarse obras de teatro -que volvieron a realizarse luego de más de cuarenta años de ausencia-. ¡Y cómo no evocar aquellas típicas cantinas para comer pastas que marcaron un clásico de una época! Una institución cultural famosa de la zona es la Fundación Proa que no tiene fines de lucro y realiza muestras temporales. Pero..., es imposible construir un relato acerca de este laborioso y peculiar rincón de Buenos Aires sin nombrar a Benito Quinquela Martín, quien se ha inspirado en él y ha reflejado en sus obras con singular maestría su perfil característico y le ha "devuelto lo que le dio" a través de una serie de donaciones (la Escuela Pedro de Mendoza y luego su Museo de Bellas Artes, el Hospital de Odontología Infantil, un lactarium y el Teatro de la Ribera (este último hoy parte del Complejo Teatral de Bs. As.)). Un artista que fue hijo adoptivo de inmigrantes genoveses, procedente de un hogar de escasos recursos económicos. Fue cargador portuario. Asimismo participó activamente en debates políticos y culturales barriales. En cuanto a la técnica que utilizaba generalmente combinaba pincel con espátula provocando variados efectos de textura en sus realizaciones. Una anécdota simpática que lo "pinta de cuerpo entero": en 1948 creó la "Orden del Tornillo" en el Café Tortoni, en donde se reunían figuras del arte y de la cultura. Él mismo presidía la ceremonia para rendirles homenaje porque representaban la búsqueda de "la verdad, el bien y la belleza del espíritu", entregándoles un tornillo colgado de un hilo a modo de collar pues según decía "toda personalidad que se destaque en ese aspecto debía estar loca" (o sea le faltaba un tornillo) y además advertía que "es conveniente llevar ese tornillo flojo para poder crear". Fue influenciado por la lectura de Victor Hugo, Tolstoi y otros autores que decían preocuparse porque su arte se orientara hacia la realidad del trabajador. En palabras de Quinquela: "... no 'íbamos al pueblo', como se usa decir ahora, pertenecíamos al pueblo..." y también "... nuestra escuela de arte había sido la calle, el puerto, los inquilinatos... los corralones". Pintura del pueblo y para el pueblo. Realizó diversos murales en lugares públicos y, al igual que en sus pinturas, el tema era el trabajo, el puerto de La Boca o las escenas populares y el objetivo fundamental, un arte para todos. Sin dudas, no hay que perder oportunidad de recorrer -cámara en mano- un barrio en el cual se aúnan lo típicamente porteño con el elemento extranjero, aquellos inmigrantes que sumaron sus esfuerzos al progreso nacional -parafraseando al Preámbulo de nuestra Constitución: "... todos los hombres del mundo que quisieron habitar en el suelo argentino..."- y que encariñados con el país se quedaron aquí para siempre...

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